miércoles, 5 de junio de 2013

Crítica cinematográfica

 
 
 

Laura Guerrero tiene 23 años y su sueño es representar a la belleza de la mujer de su estado, La baja California, México. Lo que no sabe la joven mexicana es que en ocasiones los sueños salen caros, sobre todo si vive en un país donde la ley viene impuesta por los “carteles” de la droga.

Miss Bala presenta la realidad del país Azteca en estado puro; sin adornos, ni embellecimientos. Un drama que nos llega a través de los medios de comunicación en cada momento, en el que las masacres a decenas de personas están al orden del día. En los últimos cuatro años más de 35.00 personas han muerto ejecutadas a manos de los criminales mexicanos, “los zetas”, según fuentes federales.

Gerardo Naranjo, director de la película, nos adentra en un México real, donde la gente convive con la presencia y el sonido de las metralletas en sus calles, donde nadie es insalvable a caer en manos de las bandas violentas. Calles donde aparecen cuerpos colgados de puentes, como trofeos, sangre que fluye en el asfalto, etc. Un film en el que lo más importante es mostrar la desesperación de la población, vulnerable a sufrir la brutalidad armada. Por ello, la película no muestra una excesiva complejidad técnica, con una composición de planos donde lo que prima es crear un ambiente real y natural.

Durante toda la película, los ojos de Laura serán una auténtica “guía” para el espectador. No hará falta que Laura hable, ni llore, ni grite, etc. Los ojos de la joven son el espejo de su alma; una mirada que nos sumerge en lo más profundo de su ser. La interpretación de Stephanie Sigman, Laura, en la película, es tan magistral que incluso ante la ausencia de diálogos, el espectador puede llegar a tener la sensación de que se comunica con ella a través de la mente.

Naranjo presenta a Laura como una joven donde aún permanece la inocencia, una  chica que sigue creyendo en los sueños, una ilusión que las lleva a ella y a su amiga a querer presentarse a un certamen de belleza. Sin embargo, su futuro inmediato se verá truncando con la desaparición de su compañera en una fiesta, en la que interrumpen los narcos, y en la que Laura consigue escapar milagrosamente. Parte de esa pureza queda reflejada en el momento en que la joven desesperada acude angustiada a la policía, ya que desconoce el paradero de su amiga. Será aquí cuando la joven despertará de su sueño para adentrarse en el auténtico infierno de México.

El director de la película presenta la corrupción de México en algunos organismos o instituciones ya conocidos: dirigentes de estados del país, la propia policía, etc. Lo llamativo es que vislumbramos que esa corruptela también se encuentra en la propia organización de los certámenes de belleza, donde la perversión de su equipo directivo lleva a utilizar a esas “niñas” como muñecas para el intercambio de favores entre la élite del país. 

A Laura Guerrero nadie puede protegerla, ni siquiera parece que nadie piense en su porvenir. Su padre huye con dolor, conocedor de que nada puede hacer. La policía le entrega al mejor postor, los narcos la someten a todo tipo de vejaciones, la organización del certamen de Miss le obliga a estar en sus órdenes. Mientras tanto, Laura se encuentra totalmente sola, aislada, maltratada, violada y sin futuro. Indistintamente de la edad del espectador, Laura se gana con su desgarradora historia el “apoyo” de los allí presentes. Cualquier parte del público puede ver en Laura a una hermana, a una hija, a una nieta, etc.

Los espectadores son el verdadero soporte para que Laura se levante; ella no está sola, el público está con ella. Una “suerte” que no corren otras chicas en situaciones similares, las cuales, por mucho que cierren los ojos, se siguen despertando en la misma tragedia.


 

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